Cuando era pequeña se me antojó una casa de muñecas, pero mi padre que era muy sabio dijo que debía hacérla yo misma porque de esa manera la disfrutaría más. Yo no sabía cómo empezar, hasta que un día de invierno mientras caminábamos por la calles, mi padre dijo: -¡mira, ya tienes tu casa de muñecas!- , y me puso en las manos una caja abandonada de vinos. Así comencé lo que terminó siendo una cocina de ratones basada en un cuento de Jill Barklem y gracias a la magnífica idea de mi padre y las enseñanzas y ayuda de mi madre para hacer botes de mermelada y todo tipo de detalles pude terminar la cocina.
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